Monday, July 26, 2004

Showtime


El circo: me gusta por feo y triste. Por su bella decadencia. Como Las Vegas, por lo patético. Porque no importa si al que hace malabares se le caen los aros, si el payaso tiene el pantalón agujerado o entra agua por la carpa, todo eso lo hace más lindo porque lo hace más feo. Fui tres veces. De chica, de menos chica y ahora. Las tres veces me pareció lo mismo: triste y fascinante. Por más que antes hubiera elefantes y tigres y ahora sólo gatos y perros. No importa. Esa forma de adjetivar es la misma. Todo es grandioso, aunque esté cayendose a pedazos. Todo es mágico, aunque se noten los malos trucos.
Los enanos de oro, El torbellino humano, El hombre de fuego, Los dandys del malabar, La dama de las alturas, un número tras otro, durante dos horas. Finalmente, la anfitriona anuncia que llega el broche final, a la altura de un circo de "fama internacional": el esperado Circulo de la muerte, donde "cualquier momiviento en falso puede ser fataaaaaal".
(Había una chica hermosa, de pelo fucsia y traje de vaquera. Vendía pochoclo en la entrada y después bailó country como una texana. No sé, se me antojó libre. Puede ser que por mi insistencia en asociar la idea de libertad a volar en un trapecio, a escapar con un circo, a rodar por el mundo. Puede ser).